Ser madre o padre. Una cuestión de sentido común


Hace unos días fui a visitar a mi amigo Alberto. Estaba dichoso pues era abuelo desde hacía dos años y estaba pasando una buena etapa disfrutando de sus nietos (dos varones de 2 años y 4 meses). Uno de su hija Emilia y otro de su hijo Alberto. Me contó que cuando nacieron  y en los meses siguientes casi no podía verlos pues tanto Emilia como Alberto, con cariño, le hacían saber que los hijos eran responsabilidad de ellos, que querían criarlos  a su manera y no permitirían que los abuelos intercedieran. Poco a poco la cosa se fue normalizando, sus hijos necesitaron el apoyo del abuelo y la abuela para, dentro de lo posible, normalizar sus vidas y atender a sus responsabilidades profesionales y los abuelos entraron a formar parte de la vida de los nietos intentando no agobiar, ayudar en todo lo que fuera posible y disfrutar de ellos.

Durante la comida y en la sobremesa mi amigo y yo nos quedamos un poco asombrados de la tensión que se vivió al hablar de la crianza. Alberto y yo manteníamos la postura de que esta era cuestión de aplicar el sentido común, no hay muchas reglas fijas, lo que le sirve a los amigos no tiene porqué servirme a mí, deberíamos evitar las modas  y sobre todo dedicarles tiempo y darles mucho cariño. Nadie nos va a evitar los sobresaltos de media noche, las angustias de la fiebre y el buscar a oscuras el apiretal. Además los mocos y los gases parecen multiplicarse sin cesar y las dudas entre cuando dejar la teta y cuando empezar con el biberón nadie las vivirá por nosotros. Por otra parte el remordimiento de si lo estaremos haciendo bien o no y en este caso de cómo afectará a nuestros hijos lo llevaremos dentro a lo largo de nuestra vida.

Con el tiempo hemos relativizado muchas de estas dudas y ahora ambos tenemos la sensación de que tenemos hijos e hijas encantadores y que nosotros lo hicimos lo mejor que sabíamos y pudimos. Es cierto que si ahora fuéramos padres cambiaríamos cosas pero la crianza no va para atrás y lo importante es seguir acompañándoles hacia adelante.

Tanto Alberto, su compañera como yo coincidíamos que si alguien pensaba que el nacimiento de los niños unía a la pareja se engañaba. Después de las sonrisas y besos de los primeros días venía la cruda realidad de que los niños te absorben, te chupan la energía, el cansancio te invade y las discusiones acerca de las labores cotidianas  se multiplican exponencialmente. Ahí se producen crisis de pareja muy fuertes y se mide su fortaleza. Ambos miembros quieren lo mejor pero se carece de tiempo para el diálogo pues en los primeros años el niño o niña centra las 24h.

Las dos parejas treintañeras discutieron acaloradamente sobre las bondades de la lactancia materna. Ninguna lo ponía en duda pero Elena decía que por motivos profesionales ya no podía y quería introducirle poco a poco el biberón. Alberto la acusó de traumar a su bebé si hacía eso y le recomendó leer y ver números películas que lo demostraban. Él era miembro de la liga de la leche. Después se pusieron a discutir acerca del colecho. El niño de Alberto dormía en la cama con sus padres y el de Elena dormía en la cuna. Alberto le explicaba las ventajas de hacerlo: el bebé estaba en contacto con la piel de los padres, regulaba mejor la temperatura, lloraba menos y comía más. Elena le respondía que después de pasar todo el día trabajando necesitaba tirarse sola en la cama y darle un beso a su compañero sin tener al niño al lado. Más adelante se enzarzaron a debatir sobre las marcas que usaban para dar de comer, vestir o acomodar a los niños. Aquí Elena se desquitó y atacó a su hermano diciéndole que él podía gastarse mucho dinero porque tanto él como su pareja tenían grandes salarios pero que ella y su compañero tenían salarios precarios y daba para lo que daba.

Tanto mi amigo, su compañera como yo metíamos baza, cuando nos dejaban, pero nos hacían  sentir que ahora eran otros tiempos y que nosotros no sabíamos de esto. Es cierto en algunas cosas pues yo reconozco que no había escuchado la palabra colecho hasta ahora y no conocía la existencia de una liga de la leche. Ahora bien después de viajar por muchos países y de vivir en seis de ellos estoy convencido que la mayoría de los padres y madres adoramos a nuestros hijos e hijas y no hay nadie más hermoso o hermosa que los míos y que muchas veces no hacemos lo que queremos si no lo que podemos y nos sorprendemos a nosotros mismos haciendo cosas que vimos hacer en nuestros padres, familiares o amigos y que juramos que nunca haríamos. Cosas que juzgamos con la mirada o la palabra como lo más terrible del mundo.

Alberto le aconsejó a Elena y a Albertito que no se tomaran las cosas tan a la tremenda, que disfrutaran de sus hijos y aplicaran el sentido común, que relativizaran algunas cosas y que si decidían hacerlas las vivieran con normalidad pero no acusando a quien no siguiera sus pasos, que aprendieran a estar cerca de ellos pues ser padre o madre  no se aprende en ninguna universidad si no en la vida y muchas veces con ensayo y error, escuchando y sacando sus propias conclusiones pero no permitiendo que nadie intente imponerte su modelo de paternidad y maternidad.  También les señaló que formas de proceder que eran normales en la época de sus padres, fueron criminalizadas en su paternidad y que ahora parecen volver por lo que hay que relativizar algunas cosas y no permitir que el marketing o intereses  mezquinos se introduzca en la relación entre los padres y madres con sus hijos e hijas.

Al finalizar la sobremesa Alberto me dijo que nos fuéramos al salón a tomar un orujo de hierbas, le dio un beso en la frente a sus nietos que estaban durmiendo ajenos a la discusión de sus padres y me dijo al oído “Elena y Alberto son buenos chicos. Ambos adoran a sus hijos. La maternidad y la paternidad les ha cambiado el ritmo de vida y tienen que encontrar su propio encaje para gozar de este momento que no se repetirá”.

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